El valle by Bernard Minier

El valle by Bernard Minier

autor:Bernard Minier [Minier, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2020-04-02T00:00:00+00:00


* * *

Se adentraron por las callejuelas rumbo al ayuntamiento. Servaz tenía la sensación de que se había producido una transformación incluso en la calidad del aire y en el mismo silencio. Ya no era el mismo pueblo ni el mismo valle que habían encontrado a su llegada. A partir de entonces, ese iba a ser el valle en el que habían tenido lugar tres crímenes atroces. No era muy probable que Aiguesvives lograra deshacerse algún día de esa imagen. A menos que cambiara de nombre, como ocurrió en Bruay-en-Artois.

La alcaldesa los esperaba en una sala del ayuntamiento más grande que la del pleno municipal y lo bastante espaciosa, en todo caso, como para acoger a los doscientos ciudadanos de Aiguesvives que habían acudido a escuchar las declaraciones conjuntas de la alcaldía y la gendarmería.

Cuando entraron, en la sala reinaba una atmósfera de impaciencia y de exasperación que Servaz detectó de inmediato. Del centro de la estancia se elevaba un grave murmullo compuesto de conversaciones quedas, que sin duda se volverían bastante más agresivas si las autoridades no aportaban las respuestas adecuadas. La tensión era palpable. Recorrieron el pasillo central en dirección al estrado, donde Isabelle Torres aguardaba majestuosa tras una larga mesa, rodeada de algunos de los miembros del equipo municipal. Las arañas de cristal de aquel salón de actos evocaban una época gloriosa que ya formaba parte del pasado.

Isabelle Torres tenía un físico que de entrada habría podido asociarse con las actividades al aire libre, un torso y unos glúteos que parecían más adaptados a los arneses y a los mosquetones de escalada que a los oropeles un tanto deslucidos de la República, pensó Servaz. Era una mujer enérgica, como le gustaban a él, un pastor leal, una roca en bruto sobre la que podía apoyarse un pueblo como Aiguesvives.

Irène tenía reservados un asiento y un micro a la izquierda de la alcaldesa. Para Servaz, en cambio, no había ninguno, pues en principio ni siquiera debería estar allí. Cuando comprobó que las primeras filas estaban llenas, fue a sentarse un poco más atrás.

La capitana rodeó la gran mesa y tomó asiento sin saludar a nadie, con las mejillas encendidas, seguida por doscientos pares de ojos. La alcaldesa dio un golpecito al micro y el murmullo de las conversaciones cesó.

—Buenas tardes —saludó.

—¡No se oye nada! —gritó alguien desde el fondo.

Isabelle Torres, que también tenía aspecto de cansancio y los ojos enrojecidos, acercó el micro que se encontraba delante de Irène.

—Buenas tardes a todos —repitió.

Esta vez su voz brotó de los altavoces fuerte y clara.

La bombilla de una de las lámparas de la araña que colgaba por encima de ella eligió ese preciso instante para parpadear.

—Voy a tener que informar de esto al servicio técnico —bromeó levantando la cabeza.

El comentario suscitó algunas risas un tanto forzadas. Todos se dieron cuenta, no obstante, de a qué se refería: a lo que implicaba tener que pensar en todo, continuamente, para acabar recibiendo las mismas quejas de siempre.

—¿Tienen una pista? —preguntó a voces un jubilado, sin duda poco sensible al sentido del humor municipal.



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